Analytica

BAJALA YA

La dureza del BCRA está complicando la recuperación y profundiza la recesión. En su gesta anti inflacionaria, el gobierno se concentra sólo en la política monetaria dejando de lado otros instrumentos que debieron ser utilizados, al menos en el corto plazo. Las elevadas tasas de interés están ahogando la actividad productiva. La inflación va a bajar, pero de la peor manera, con un fuerte ajuste de consumo y la inversión. Junio será un mes clave, pues si la inflación no da señales contundentes de desaceleración, todas las miradas estarán puestas en el BCRA.

Pasada la urgencia del frente cambiario, la agenda se posiciona sobre los temas más importantes: bajar la inflación y volver a crecer. El gobierno ya decidió qué camino tomar: primero hay que bajar la inflación. En este camino el principal protagonista es el BCRA, dado que la visión oficial es que la inflación es un fenómeno monetario y por lo tanto hay que enfrentarlo con una política restrictiva que utiliza a las tasas de interés como ancla.

En los últimos dos meses tomaron cada vez más relevancia las licitaciones semanales de letras. En su batalla contra la inflación el BCRA ubicó la tasa de LEBACS a 35 días en torno al 38% i.a., con una leva baja la semana pasada. La justificación es que la inflación, a pesar de alguna mejora en el margen, no da señales contundentes de moderación como para bajar sensiblemente las tasas.

La consecuencia directa fue un gran atractivo para los ahorristas más “sofisticados”, pues mientras las LEBACS pagan una tasa de 38% i.a., los depósitos a plazo fijo apenas superan el 30% i.a. Esto provocó el estancamiento (y caída en el margen) de las colocaciones a plazo al tiempo que aumentó la tenencia de LEBACS del sector no financiero, que ya representa el 50% del total, 20 bp más que a principios de año (o $140.000 M). La caída en la intermediación financiera elevó las tasas de interés activas, en especial las líneas destinadas a las empresas y con ello el crédito se estancó, acelerando la retracción en términos reales.

En este sentido, el gobierno peca de monetarismo a la hora de pensar que la dinámica de los precios sólo depende de los excesos en el mercado monetario. También inciden la coordinación de expectativas, los cambios de precios relativos, la inflación de costos, las regulaciones y hasta las pujas distributivas. Poco se hizo en estos frentes. No se avanzó en un pacto social que garantice un acompañamiento de las empresas y los sindicatos en esta transición, se minimizó el impacto de la devaluación en la estructura de costos, se avanzó rápidamente en la quita de subsidios y se permitió que las empresas ajusten los precios sin ningún tipo de contención. Es cierto que en el largo plazo la política monetaria es un factor clave para lograr bajar la inflación, pero el balance de riesgos debe incluir los costos de sobre enfriamiento de la economía. Confiar todo el remedio en las tasas de interés obliga a una sobredosis que terminará siendo efectiva pero poco eficiente, pues el resultado se logrará con un gran costo para el nivel de actividad por la retracción del consumo y la inversión.

Para la actividad productiva baja demanda, alarmamiento de los plazos de pagos y disparada del costo de financiamiento es una combinación letal. Ni hablar del efecto amplificado que están padeciendo las Pymes, para las cuales los mecanismos de financiamiento formal desaparecen y los informales surgen a tasas elevadísimas. La mirada oficial luce poco atenta a los desafíos del sector productivo.

La política monetaria está profundizando el estancamiento del nivel de actividad y demora la salida de la recesión. A nuestro juicio, existe sobreactuación del BCRA. Con el mercado cambiario estabilizado y sin nuevos ajustes de tarifas previstos, proyectamos que la inflación de los próximos doce converja al 25% i.a. En este contexto, las tasas de interés deberán mostrar una importante caída. El gobierno debe arriesgar una salida del “chaleco de fuerza” que le impone la política monetaria y priorizar la recuperación de la demanda en el corto plazo. De lo contrario, comenzará a asomar el riesgo político.

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