Analytica

Inflamados

La inflación vuelve al centro de la escena, no porque el gobierno haya publicado un nuevo índice que se asemeja más a la realidad, sino porque subió varios escalones y se ubica en los niveles más altos de los últimos 23 años. La aceleración ocurre aún cuando no se ajustaron las tarifas de los servicios públicos. El gobierno sólo apela a mecanismos de contención que difícilmente sean exitosos; sólo puede aspirar a que la inflación no se dispare por encima del 40%. Por ahora, y sólo por un tiempo, el único aliado es el enfriamiento de la actividad, producto del ajuste monetario realizado por el BCRA para priorizar la calma cambiaria. Queda claro que los salarios perderán poder de compra y la prioridad de los sindicatos será mantener los puestos de trabajo en un entorno de casi nula creación de empleo.

La segunda publicación del flamante IPCNu dio muestras de que el proceso inflacionario se agudizó. Concretamente, tras inaugurar la serie con un alza de 3.7% en enero, el dato de febrero marcó un incremento de 3.4%, acumulando 7.2% en el primer bimestre. Si bien la suba fue generalizada –ningún producto bajó de precio- lo más destacado pasó por la dinámica de los medicamentos y alimentos que no sólo fueron los que más subieron, sino que aceleraron en febrero, casualmente los rubros en donde el gobierno concentró el programa de “Precios Cuidados”.

La aceleración no fue exclusiva de los precios minoristas; también se registraron fuertes subas en los precios mayoristas (IPIM) y en los costos de la construcción (ICC). Concretamente, los precios mayoristas subieron 5.1% en febrero, levemente por encima del registro de enero, acumulando en los últimos doce meses un alza de 25%. Salvo las tarifas de energía eléctrica, que prácticamente no registraron movimientos, el resto de los componentes acumulan aumentos superiores a 20%. En el caso del costo de la construcción, en febrero subió 4% y 27% en los últimos doce meses explicado principalmente por los precios de los materiales que aumentaron 9.4% y 32% respectivamente.

La Argentina no tiene estabilidad de precios y acarrea este problema hace casi una década. De hecho, desde 2005 que la dinámica de los precios viene mostrando guarismos muy superiores a los parámetros internacionales y a partir de 2007, cuando el fenómeno se agudiza, las variaciones no bajan de 20%. El proceso inflacionario no fue homogéneo y provocó una distorsión creciente de los precios relativos: desde 2001 los precios de los bienes “libres” subieron 800%, el doble de lo que aumentaron los de los bienes y servicios “regulados”, con algunas tarifas de servicios públicos con subas mínimas.

graf1

Hasta 2013, el gobierno se aferró a la estabilidad del tipo de cambio, al congelamiento de tarifas de servicios públicos y a “la “inflación Moreno” como anclas. Fueron años de inflación alta, pero estable. El gobierno minimizó los efectos con una política fiscal expansiva mientras que los buenos precios de las commodities y la debilidad del dólar a nivel global alejaban la restricción externa. Eran épocas en el que las paritarias concluían sin mayores problemas y los salarios le ganaban a la inflación. Los trabajadores ganaban más, los sindicatos tenían más ingresos y el Estado era socio al no ajustar la alícuota del impuesto a las ganancias.

Con la restricción externa activa, sin financiamiento externo, con las exportaciones estancadas y con cada vez menos reservas internacionales, el ancla cambiaria para contener los precios se diluyó. Al mismo tiempo, también está activa la restricción fiscal: el déficit global fue de 2.5% del PBI en 2013 a pesar de una recaudación récord; urge la necesidad de contener el gasto para evitar la emisión monetaria que cubre el bache fiscal.

Si bien en los próximos meses esperamos que los precios moderen las subas, la dinámica será superior a la de los últimos años. Es que el traslado de la devaluación recién está empezando y paulatinamente licuará  la ganancia en la competitividad generada por el salto del tipo de cambio en enero pasado. Sin ingreso de capitales en el segundo semestre, la presión volverá al BCRA, que nuevamente tendrá que optar entre reservas y tipo de cambio.

Afortunadamente, si bien hay mucho por mejorar con el nuevo IPC del INDEC, el debate sobre metodología e índices de precios va quedando atrás. Es tiempo de dejar de preocuparse por la medición y ocuparse del problema. Por ahora el gobierno sólo intenta encontrar culpables y por eso su política seguirá siendo la de mayor control e intervención, cuyos resultados ya son conocidos. No se requiere de una fuerte recesión para bajar la inflación, ni tampoco posiciones dogmáticas, sino de un plan integral coherente, creíble y cumplible que apunte a desactivar las causas que la generan.