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POLARIZACIÓN Y OTROS REACOMODAMIENTOS

Por Julio Burdman

Las encuestas de la última semana de febrero muestran una caída moderada del gobierno de Mauricio Macri, tanto a nivel de imagen presidencial como aprobación de gobierno. No fue una caída importante, pero se perforaron dos pisos simbólicamente importantes: la popularidad personal del Presidente ahora está unos puntos por debajo del 40%, y quienes desaprueban la gestión son algo más que quienes la aprueban.

No son números para entrar en pánico: lo esperable era que las primeras encuestas del año (durante enero y la primera quincena de febrero, por lo general, no se releva opinión pública) dijesen algo así. El gobierno de Mauricio Macri ya cumple casi un tercio de su recorrido, y un cierto desgaste es natural. Y viene de un año económicamente malo. Habida cuenta de todo esto, como se dijo en otras oportunidades aquí, es hasta meritorio que Macri mantenga niveles de popularidad y aprobación aceptables. Hay que recordar, también, que nunca fue un Presidente de súper-popularidades: en el registro más alto de las encuestas mensuales de Observatorio Electoral, llegó a un máximo de 53 puntos de imagen positiva personal en marzo de 2016, coincidiendo con la visita de Obama al país. Macri es un presidente que ganó en segunda vuelta y que asumió en medio de un ciclo de estancamiento económico regional.

Hay, no obstante, otra razón para que Cambiemos no entre en pánico con estos números: no se trasladaron al voto propio. Entre octubre y fines de febrero, quienes manifiestan intención de votar por Cambiemos en las elecciones legislativas se mantuvieron casi inalterables, entre 36 y 38%. Hay cambiemistas que se quejan de la situación económica, y ya no evalúan al gobierno tan bien como antes, pero seguirán votando por la alianza gobernante. Desconfían de los opositores, y sienten que no tienen un mejor lugar al que mudar su voto.

Los números y la aspiradora

Hay que aclarar que, preguntar «a qué partido piensa votar» provee una información, limitada. Porque el electorado se referencia mejor en los candidatos «cabeza de lista» que en los partidos. En el caso de Margarita Stolbizer, por ejemplo, muy pocos dicen que votarían por su partido, el GEN, pero el porcentaje crece notoriamente si se pregunta por su nombre y apellido. Sin embargo, a esta altura inicial de la campaña, tampoco es posible preguntar por candidatos que aún no están definidos, ya que el votante recién comienza a optar una vez que conoce la oferta completa. Por el momento, preguntar por partido es lo mejor que el encuestador puede hacer. Y es un indicador útil para observar el estado de situación de las tres alianzas o «marcas políticas» más instaladas en el electorado, que son Cambiemos, Frente para la Victoria y Frente Renovador,

En este caso, junto a la notable estabilidad del voto por Cambiemos, el otro dato que surge de la encuesta es un aumento de la intención de voto por el FPV. Se pregunta por «FPV» y «Partido Justicialista» por separado, ante la incertidumbre sobre la forma y el grado de unificación que finalmente exhibirá el peronismo en las elecciones. En la última semana de febrero, podemos ver que las menciones al FPV aumentaron un poco más de 10 puntos desde diciembre: de 15,8 a 26,9%. Ese crecimiento no se hizo en desmedro de Cambiemos o del FR, que subió dos puntos y llegó a un interesante 13,4% a nivel nacional (la mayoría de esos votos están en la provincia de Buenos Aires), sino de las columnas de «indecisos», «otros», y «PJ». El FPV, cuya perdurabilidad misma estaba en duda meses atrás, hoy de a poco se convierte en una aspiradora de votantes contrarios al gobierno.

Esa «aspiradora» explica, también, el aumento de la polarización entre Cambiemos y el peronismo. En febrero, la suma de quienes dicen votar por Cambiemos y las dos marcas peronistas (FPV, PJ) alcanzó el 71,4% del total; si solo tomamos Cambiemos y FPV, suman 63%. No casualmente, los hechos que dominan la agenda política y mediática de los últimos días (el discurso polarizante de Macri del 1 de marzo, los dardos lanzados a Baradel, el paro docente, el paseo de la familia Kirchner por Tribunales, la marcha de la CGT) giran alrededor de esta propuesta de adversidad electoral entre Macri y Cristina Kirchner.

Los riesgos

La confrontación es un juego que pareciera favorecer a las dos partes. Como señalábamos aquí la semana anterior, el votante cambiemista sigue pidiendo a Macri que enfrente al kirchnerismo, y cree en la «herencia recibida» como la explicación principal de los problemas actuales. El antikirchnerismo cohesiona al votante cambiemista, y lo mantiene del lado del gobierno a pesar de la economía. Simultáneamente, al Cristina Kirchner ser elevada al rol de la opositora principal por parte del Presidente y los medios oficialistas le resulta redituable, como vimos en los números anteriores. La estrategia está sobre la mesa, y todo indica que los actores irán con ella. Sin embargo, se trata de una estrategia no exenta de riesgos. Cambiemismo y peronismo-kirchnerismo hoy no abarcan a la totalidad del campo político, y mientras sus líderes se hablan entre ellos, pueden dejar el campo libre a otras realidades.

Un ejemplo lo vimos esta semana, con el paro docente. El oficialismo quiso enmarcar el problema en la discusión electoral y el enfrentamiento al kirchnerismo, sobredimensionando el rol de Baradel. Subiéndolo inesperadamente al ring. Y el kirchnerismo, claro, tomó el guante e hizo exactamente lo mismo. Y mientras ello sucedía, el conflicto docente fue aumentando. La realidad es que Baradel no es el «mandamás» de los docentes bonaerenses, ni mucho menos de los docentes de todo el país; el sindicalismo docente es distinto del gremialismo cegetista, sus titulares nunca son líderes verticales sino coordinadores de asambleas, y los reclamos salariales son apoyados por la totalidad de los docentes. La masividad del paro no debe atribuirse al liderazgo de Baradel, sino al rechazo de los maestros a la propuesta salariales del gobierno y a la movida de los «voluntarios», que estuvo cerca de lograr que las clases no empiecen tampoco en las escuelas privadas.

Un riesgo similar puede darse en el plano electoral. La polarización Macri – CFK deja muchos convidados de piedra, que pueden coordinarse y abrirse espacio en el electorado. ¿Qué ocurriría si la alianza incipiente entre Massa y Stolbizer comienza a sumar a los «cordobecistas» De la Sota y Schiaretti, a los socialistas santafesinos, a radicales desencantados, a un nuevo frente porteño liderado por Felipe Solá, y otros retazos excluidos del ring? Para Cambiemos, la estrategia debe ir más allá de la polarización: debe contar con una agenda política positiva, que atraiga votantes nuevos. Una aspiradora propia. Y para eso, necesita introducir en la política argentina una importante reforma económica y social que brinde a los votantes un horizonte y una expectativa.

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