Analytica

LA BIFURCACIÓN ENTRE ARGENTINA Y BRASIL.

Por Julio Burdman (*)

A través de un sencillo tuit, Marcos Galperin -fundador y CEO de Mercado Libre- sintetizó la preocupación del momento: la reforma laboral brasileña deja a la Argentina tres opciones, que son imitarla, divorciarse o perder. Brasil, nuestro socio y aliado estratégico desde mediados de los 80, el principal destino de nuestras exportaciones, tomó un camino alternativo al nuestro. El desafío que se le plantea a la Argentina es enorme.

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Varios análisis han intentado emparentar a los gobiernos de Macri y Temer, como si la finalización de los períodos de Cristina Kirchner y Dilma Rousseff fueran parte de un mismo proceso. Sin embargo, la diferencia entre ambos países es creciente desde entonces. En primer lugar, porque el origen democrático de Mauricio Macri es indiscutible, mientras que la asunción de Temer se vio envuelta en una gran controversia nacional e internacional.

Este origen diferente no es una curiosidad histórica, sino el comienzo y la causa de la actual bifurcación. Se proyecta a la coyuntura. El cogobierno de Temer y el Congreso, en lugar de resolver y encausar la crisis política -modelo Duhalde 2002- la ha profundizado. No casualmente, Duhalde -que en Argentina es macrista- viajó hace unos días a Brasil a entrevistarse con Lula y lo apoyó públicamente. El Brasil de Temer se convierte en un país cada vez menos democrático. Y el Congreso está intentando votar una reforma política inexplicable, con el innegable objetivo de garantizar que el actual bloque legislativo dominante -el corazón del gobierno de Temer- consiga reelegirse.

La reforma laboral que el Senado brasileño aprobó el pasado mes de julio y que entrará en vigor en el mes de noviembre tuvo como uno de sus artífices a Paulo Skaf, actual presidente de la Federación Industrial del Estado de San Pablo (FIESP), además de dirigente del PMDB y cercano del presidente Temer. Se propone salvar la competitividad de una industria brasileña asediada por la productividad de los países asiáticos, implica que buena parte de las relaciones laborales comenzarán a pactarse en forma individual o por empresa: la duración de la jornada laboral, las pausas de descanso, las vacaciones pagas, las negociaciones salariales, los beneficios, el teletrabajo y tantas otras dimensiones de la vida laboral que venían siendo reguladas por ley o a través de convenios colectivos, pasarán a depender de los contratos laborales firmados entre el trabajador y la empresa. Lo mismo ocurrirá con las licencias por maternidad, los días de estudio y otros beneficios derivados del contrato de trabajo. Por último, la afiliación y las contribuciones sindicales pasarán a ser voluntarias. La reforma es un golpe durísimo al rol del sindicalismo y de los derechos laborales como mediadores de la relación entre el trabajador y la empresa. En Argentina, en cambio, si bien el oficialismo ha anunciado que buscará “modernizar” las relaciones laborales, y el presidente Macri ha hecho críticas públicas a la “mafia de los juicios laborales”, tanto el ministro de Trabajo Jorge Triaca como el Jefe de Gabinete Marcos Peña han declarado a la prensa en varias oportunidades que la reforma laboral brasileña no es un modelo para ellos. Macri no tiene intenciones de impulsar un modelo de reforma laboral que lo enfrente abiertamente con el conjunto del sindicalismo argentino.

Lo mismo sucederá con otras reformas. El gobierno de Cambiemos forma parte de una democracia y se mueve con una lógica democrática. Eso lo vimos en las recientes elecciones: Macri está esperando a ganar, a consolidar democráticamente su gobierno, para poder avanzar en su agenda económica. El gobierno de Temer, en cambio, se mueve en una lógica no democrática: ya aclaró que no está interesado en la reelección o la popularidad, y aprovecha esta circunstancia para aprobar leyes que carecen de consenso social. Además de la cuestión del «salvataje industrialista» que hoy ensaya Brasil, el perfil de las políticas públicas de ambos países ha cambiado profundamente porque responden a diferentes regímenes políticos. Esto obliga a la Argentina a repensar qué va a hacer con su socio principal.

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