Analytica

Una América latina no apta para oficialismos.

Por Julio Burdman

América latina está llegando a la mitad de su año electoral superintenso, sobre todo en materia de renovación presidencial. En las elecciones de Chile, a fines de 2017, ganó nuevamente Sebastián Piñera. Poco después, Carlos Alvarado se impuso en Costa Rica en segunda vuelta, superando a un homónimo ultraconservador. En abril Mario Abdo Benítez ganó las presidenciales en Paraguay, sucediendo a otro empresario que había llegado de la mano del Partido Colorado, Horacio Cartes (aunque Abdo está más identificado con el coloradismo que su predecesor). Un mes después, Maduro era reelegido en Venezuela, y solo pocos países de la región reconocieron el resultado. Y a los pocos días se imponía en Colombia Iván Duque, con el apoyo de Álvaro Uribe.

Finalmente, la novedad de mayor impacto fue la de México, donde ganó holgadamente las elecciones presidenciales Andrés Manuel López Obrador. El eterno candidato de la izquierda, ahora más corrido al centro y embanderado con un discurso contra la corrupción y la violencia, sorprendió con una gran cantidad de votos, que le permitirán a su vez contar con mayorías parlamentarias. Algo que sus predecesores no-priístas no pudieron disfrutar. Quedan por delante las elecciones claves en Brasil, y antes de ellas la resolución de la novela judicial de Lula Da Silva. No se pueden anticipar resultados sin conocer ese desenlace; si Lula no es candidato, es probable que apoye a alguien desde la cárcel y lo haga competitivo.

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¿Hay algo en común en estos procesos? Encontrar regularidades es difícil, porque todos los casos tienen particularidades. Y además, porque no aparece -en una primera mirada- una característica común sobresaliente. En materia de generaciones, hay una nueva camada de presidentes de 40 años (Alvarado, Abdo, Duque) que se abrió camino. Pero en Chile y México llegaron (o volvieron) políticos de larga data. En cuanto a la ideología, los hay de todos los colores. En Colombia, sin ir más lejos, ganó el ¿uribista? Duque pero por primera vez en décadas un candidato de centroizquierda (Petro) llegó a la final.

Hay, no obstante, un dato relevante. En un contexto económico adverso, ser oficialista no da ventajas. Si sacamos de la lista los casos de Venezuela y Paraguay (en los que ser oficialista da demasiadas ventajas) y el peculiar ballotage de los Alvarados en Costa Rica, en el resto de los países -que son, por cierto, aquellos que Argentina mira más- los oficialismos no pudieron ser una alternativa. En Chile volvió la derecha, que enfrentó a un oficialismo partido en pedazos. En México el PRI nada pudo hacer con un López Obrador que los duplicó en votos. En Colombia el candidato del presidente Santos no figuro siquiera entre los más votados. Y en el incierto Brasil, tenemos la única certeza de que Temer y la coalición parlamentaria gobernante no podrán construir un sucesor -aunque conserven influencia-, y que ser opositor es un activo.

A Cambiemos le ha tocado un continente proclive a las oposiciones. Sean más de izquierda o más de derecha, los que están enfrente tiene una plataforma. Y eso admite varias lecturas, pero la económica es fundamental. Los números no acompañan, los electorados están insatisfechos, y votan para cambiar. La misma economía adversa que puso fin al prolongado período neopopulista-progresista, hoy amenaza a sus sucesores con el fantasma del ciclo corto.