Analytica

OTRO MUNDO

Por Julio Burdman.

En Italia, una de las economías más importantes de Europa, venció en el referendum constitucional una coalición euroescéptica liderada por la Lega Nord, el partido derechista contrario a la Unión y las fronteras abiertas. Otra más de una seguidilla de derrotas electorales de la globalización. Su líder, Matteo Salvini, celebró su triunfo twitteando «Viva Trump, viva Putin, viva Le Pen, viva La Lega». El premier Matteo Renzi, uno de los visitantes ilustres de Mauricio Macri, presentó su renuncia como consecuencia de la derrota. El que el mismo domingo haya vencido en Austria el Partido Verde sobre el Partido de la Libertad (derecha nacionalista) no compensa el clima que se cierne sobre Europa y su moneda común. En todos los rincones de Europa, las opciones nacionalistas contrarias a la globalización y la Unión Europea ganan elecciones. Ellos están coordinados entre si: Marine Le Pen, Nigel Farage, Geert Wilders, Matteo Salvini y otros, cuyos partidos integran el bloque nacionalista del Parlamento Europeo, forman parte del mismo programa, que es la demolición de la Unión.

Tienen un amigo influyente del otro lado del Atlántico, Donald Trump. El presidente electo de Estados Unidos, que respaldó el Brexit, días atrás sorprendió otra vez al pedir a Theresa May a través de las redes sociales que designe a «su amigo» Farage como embajador en Washington, para tenerlo más cerca.

La derrota europea del domingo en Italia estaba casi descontada, y el euro no sufrió tanto. Sin embargo, la paridad con el dólar está un poco más cerca cada día. Un mundo de dolar fuerte, euro más débil, tasas más altas y deuda más cara son algunos de los pronósticos en pugna que nos deparan las últimas votaciones.

Para Argentina, más allá de estos efectos estructurales, hay una cuestión particular. El presidente Macri hizo una apuesta por ese mundo que estos nuevos líderes nacionalistas quieren voltear. En este primer año de rutilantes visitas mundiales estuvieron en Buenos Aires el presidente Obama, el secretario de estado Kerry, el presidente galo François Hollande, el mencionado Renzi… ninguno de ellos seguirá. Pero más allá de las personas, hoy la incertidumbre está apuntando hacia aquellas instituciones que ellos representan. Nada menos. No vamos hacia un mundo sin capitalismo, pero algunas de las instituciones de las relaciones económicas internacionales serán puestas en cuestión. Y eso puede costarnos tiempo.

Argentina apostó a estas instituciones como un mecanismo de reducción de su riesgo soberano, en el marco de un nuevo modelo de financiamiento externo. El riesgo país tiene un componente político -la voluntad y el compromiso de pago- que se restringe si los estados forman parte de ciertos acuerdos. Grecia no cayó en default, ni aún con Tsipras en el poder, porque es un estado miembro de la UE. De forma similar, contar con una alianza política con Estados Unidos, un acuerdo comercial UE – Mercosur, ser miembro observador del Transpacifico (y la Alianza del Pacífico), y ser miembro pleno de la OCDE, forman (¿formaban?) parte de un proyecto de arquitectura institucional que reducía por vía política nuestro riesgo soberano y favorecía el reingreso al mercado de capitales.

Este es, en lo inmediato, el efecto político directo que tienen los cambios políticos mundiales sobre la Argentina: la posibilidad de que ese proyecto arquitectónico se evapore. Trump ya anunció el fin del Transpacífico (y un replanteo del NAFTA). Y el ascenso de los nacionalistas en Europa conspira contra la posibilidad de que logremos avanzar en el anhelado acuerdo comercial con la Unión. Lo mismo podemos decir de la OCDE, conducida por esos mismos países europeos:
¿cuán predispuestos a aceptar nuevos miembros estarán los funcionarios que arriben a su directorio, en representación de los nuevos gobiernos de Europa y Estados Unidos? Argentina deberá encontrar nuevas formas políticas de facilitar su inserción financiera, y eso no luce fácil. En mayo de 2017 habrá un episodio clave de esa saga: las elecciones presidenciales francesas. Marine Le Pen llegará a la segunda vuelta; si gana, será un jaque mate a la Unión. Mientras tanto, la reducción del riesgo argentino queda, cada vez más, en manos de su desempeño económico. Porque la política no puede hacer mucho en un mundo de siglo cada vez más desconfiado de la globalización liberal del siglo XX.