Analytica

GOBIERNO – CGT: ENTRE EL CONFLICTO MODERADO Y LA BARADELIZACIÓN

Por Julio Burdman

Desde que asumió Mauricio Macri, la CGT fue uno de los apoyabrazos del gobierno. A pesar de la inflación, los ajustes tarifarios, y de un 2016 frustrante en lo económico que trajo deterioro en los indicadores sociales. Los grandes sindicatos peronistas no le dieron a Macri el trato que habitualmente reciben los gobiernos no peronistas. Quince meses consecutivos sin un paro de la CGT es todo un logro que pueden exhibir Mauricio Macri y los artífices de la buena relación gobierno – gremios, que han sido Jorge Triaca (ministro de Trabajo), Ezequiel Sabor (Viceministro de Trabajo y quien construyó el acercamiento a los sindicalistas cuando Macri estaba en el gobierno de la Ciudad) y Rogelio Frigerio. Al Ejecutivo no le ha salido gratis: tuvo que ceder a varias demandas del sindicalismo -incluyendo los pagos adeudados a las obras sociales, a mediados de 2016- para mantenerlo contento. La reforma en curso del régimen de riesgos de trabajo se hizo consultando a los gremios; en cierta medida, podría decirse que la relación gobierno – gremialistas es más fluida con Macri que con Menem en los 90. Pero el problema es que este gobierno no es peronista, y los votantes peronistas -y los afiliados a los sindicatos- no lo sienten como propio. No le tienen la misma paciencia.

El apoyabrazos comienza a cambiar y eso se puso de manifiesto en el acto de la CGT ante el Ministerio de la Producción, el pasado 7 de marzo. La imagen de los tres secretarios generales del «triunvirato» conductor, Daer, Acuña y Schmid, y del secretario gremial de esta CGT unificada en agosto último, Pablo Moyano, interrumpiendo exposiciones y yéndose anticipadamente, fue elocuente. Los asistentes al acto, que superaron la estimación de los organizadores, estaban enojados y pedían a los jefes sindicales que anunciasen la convocatoria a un paro general contra la política económica del gobierno. Daer, el más abucheado de los expositores, respondió con evasivas: no pensaba hacerlo. Más allá del debate sobre la presencia o no de militantes «antitriunviros», la escena reflejó que la estrategia benevolente de la CGT, consistente en la dilución del conflicto social, debía recalcularse.

Ahora comienza una nueva etapa de equilibrio entre la voluntad de seguir siendo un apoyabrazos, que no ha desaparecido, y la necesidad de mostrarse más duros. Un conflicto moderado. Los líderes de la CGT, que se deben a sus sindicatos y afiliados, seguirán tratando de que la relación sea la mejor posible, pero ya no lo mostrarán en público. Finalmente, la semana pasada pusieron fecha al paro: 6 de abril. La pregunta es si ese equilibrio podrá mantenerse durante mucho tiempo, o si la propia dinámica política del conflicto terminará dominando sobre la pretendida moderación.

Eso corre para ambos actores, gobierno y gremios. El conflicto moderado que ofrece el Triunvirato es difícil de sostener en el marco de la baradelización que propone Cambiemos.

Por un lado, el conflicto moderado derivó en una mayor diferenciación entre CGT y CTA, que habían logrado fotos comunes y declaraciones conjuntas en los meses previos. Ahora, la CTA pasa a representar a los sectores más confrontativos, y la CGT a los moderados. Mientras que la CGT convocó al mencionado paro general del 6 de abril, la CTA hizo lo propio para el 30 de marzo. Los gremios de la CTA piden aumentos salariales basados en cálculos de «inflación pasada» mientras que los de la CGT aceptan el criterio de la «inflación futura» y cierran acuerdos con aumentos más cercanos a la pauta-piso de 18% que el Ejecutivo propuso a los docentes. No obstante, el oficialismo lanzó una estrategia de confrontación política con la CTA y excluyó a la CGT de la discusión. Eso pone en un lugar incómodo a los segundos.

Allí pudimos ver la elección de Baradel como adversario. También, como la justicia anulaba la personería de un gremio de la CTA, los Metrodelegados, haciendo lugar al pedido de la Unión Tranviarios Automotor. La personería gremial al Sindicato del Subte había sido firmada por Carlos Tomada -llamado a silencio por ciertos sectores del peronismo, tal vez por sus opiniones críticas al rol de la CGT- antes del fin de mandato de Cristina Kirchner. La polarización con Baradel, como todo otro movimiento que el oficialismo realiza tendiente a reactivar la pelea con el kirchnerismo, rinde frutos entre su propio  electorado. En la Ciudad de Buenos Aires, uno de los distritos que más viene apoyando al gobierno de Mauricio Macri, el rechazo al paro es mayoría: de acuerdo a una encuesta de Observatorio Electoral del 5 y 6 de marzo en el distrito, 51,9% está en desacuerdo con la medida de fuerza, contra 45,8% que lo apoya. Pero cabe destacar que el nivel de apoyo es alto, y predomina entre los más jóvenes.

Queda abierta la pregunta de qué sucederá si el conflicto se prolonga. Desde hace décadas, todos los meses de marzo se producen conflictos entre los gobiernos y los docentes, pero en esta oportunidad adquirió una dimensión política desconocida. La pregunta, en este punto, vuelve a plantearse: ¿podrán gobierno y sindicatos de la CGT mantener la vía del conflicto moderado, en un marco de baradelización? La estrategia de «baradelizar» habrá fracasado si el sindicato de los docentes privados (SADOP), alineado con el cegetismo moderado, termina plegándose al paro nacional docente, como respuesta a la tensión generada con los docentes en general. Y la estrategia de moderar terminará otra vez en la obsolescencia si la CGT se ve obligada a seguir los pasos de la CTA. Macri inauguró las clases en Jujuy, donde Morales ofreció un 51% a los docentes jujeños, mostrando una estrategia descoordinada. Y los jefes sindicales a veces logran torcer la realidad, pero en general terminan adaptándose a ella.

graf2