Analytica

CAMBIEMOS, DESAFIADO POR UN NUEVO TIPO DE MOVILIZACIÓN

Por Julio Burdman

La relevancia de la Marcha del Si, el #1A en apoyo al gobierno (y “la democracia”, según las consignas de la convocatoria), aún está por verse. El gobierno nacional recibió la noticia con entusiasmo, cual señal de afirmación, tras la mala racha del mes de marzo. Pero Cambiemos no produjo esta noticia, y eso conlleva algunas dosis de incomodidad.

Algunas de las características de la marcha nos recuerdan a las grandes manifestaciones opositoras de 2012, como el 8N y sus precedentes. La convocatoria nació de usuarios de redes sociales sin rol dirigencial, se expandió gracias a la difusión de los grandes canales de televisión, y tuvo como sentimiento aglutinador al antikirchnerismo. El PRO, la Coalición Cívica y otros partidos entonces opositores se vieron beneficiados por la iniciativa, aunque tuvieron poco que ver con su organización. Sin embargo, en este caso hay una importante y obvia diferencia: todo lo anterior se mantiene, salvo que los movilizados en la calle esta vez eran oficialistas y no opositores. Como tales, tienen un derecho especial a reclamar que el gobierno preste atención a sus demandas. Son nada más y nada menos que la base electoral de Cambiemos.

No casualmente, la casi totalidad de los dirigentes del oficialismo se manifestó en contra de la  realización de la marcha. Temían que fueran pocos, y también temían que fueran muchos. Sucedió lo segundo: hubo una concurrencia importante, superior a las expectativas, que dejó en claro que el gobierno también tiene sus movilizados, y que pueden ocupar los lugares simbólicos de la política argentina.

El PRO, columna vertebral de Cambiemos, es un partido refractario a esa idea. Formalmente, su discurso sostiene que las movilizaciones en la calle pertenecen a una cultura política perimida -la de los movimientos populares argentinos, el radicalismo y el peronismo-, y que la nueva cultura política que encarna tiene otros métodos mejores para comunicarse con el votante. De hecho, dice que la cultura de la movilización es irreal: los que marchan irían por el viático y el refrigerio, y su presencia sólo expresaría el poder del billete organizador. Ahí aparecen la proximidad, el timbreo y las reuniones con vecinos como algo alternativo y superador. Y, sobre todo, la cualidad personal de Mauricio Macri, líder indiscutido del partido amarillo, de saber escuchar al interlocutor. Dijo Emilio Monzó en la mesa de Mirtha Legrand que uno de los motivos por los que el Presidente confía en él es su frontalidad: a Macri no le gustan los aduladores, le gusta que le digan la verdad.

Así y todo, esa receptividad que facilitaría el diálogo con el votante y ayudaría al dirigente a ser mejor dirigente, no es participación. La participación es un camino de ida y vuelta, que va más allá del saber escuchar. El participante tiene una cuota de poder. Entonces, si las movilizaciones peronistas son por el choripan pero este gobierno escucha, ¿qué hacía toda esa gente en la calle?

El PRO no tiene, en general, experiencia con la participación de sus bases. No organiza actos populares, no hay grandes elecciones internas para elegir autoridades o candidatos, no realiza convenciones masivas, no admite muchos afiliados. Resulta difícil de imaginar que Macri pueda perder el control de su partido. Que es una estructura pequeña, concisa, poco preparada para las numerosas demandas sociales que recibe un gobierno nacional.

Más allá de la discusión sobre la representatividad del 1A, o su grado de empatía con lo que sucede en otras capas sociales, para el PRO la segunda buena noticia fue que esta movilización de sus bases fue mansa y no elevó demandas fuertes dirigidas a sus líderes. Como si lo hizo, claramente, la marcha de la CGT del 7 de marzo. El paro general del 6 de abril es una consecuencia de las demandas expresadas en aquella oportunidad.

Pero ojo: en las redes sociales y la calle se respiró la convicción de que el 1A fue un producto propio, y que tuvo lugar a pesar de los dirigentes de Cambiemos. Aún los tuiteros organizadores de aquél 8N, como Luciano Bugallo, no adhirieron a este 1A, porque ahora ellos son dirigentes de Cambiemos y acataron la posición del oficialismo. La movilización, en este marco, comienza a producir sus propias referencias “no políticas”, provenientes de los medios. Como Juan Campanella, quien discrepó con los políticos y apoyó a los que marcharon. Una de las cuentas de twitter que iniciaron la convocatoria, lo hizo reclamando que Alfredo Casero, Fernando Iglesias y Facundo Manes integren las listas de Cambiemos en octubre. “Gente como nosotros, políticos no”, agregaba. Primeros indicios de que este nuevo cambiemismo callejero, el «casero-campanellismo», puede comenzar a tener algunas ideas propias acerca de lo que debe hacer su gobierno. Le conviene a Cambiemos asumir que el 1A fue un hecho político, y ponerse al frente del mismo, antes de que las “bases” de la antipolítica comiencen a pedir pista.

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