Analytica

¿DE MINISTRO, O LEGISLADOR, A PRESIDENTE?

Los treinta años de democracia Argentina muestran que para ser elegido presidente, hay que provenir de una gobernación. Alfonsín no califica para esta serie porque asumió tras una dictadura sin cargos electivos. Pero desde 1989, esto es una cuasi-ley. Menem gobernaba La Rioja, De la Rúa la «Ciudad Autónoma», Kirchner la provincia de Santa Cruz. Rodríguez Saá y Duhalde, que accedieron por la vía parlamentaria, también se habían formado como gobernadores. Más aún: los principales derrotados en las elecciones presidenciales, también lo habían sido (Angeloz, Bordón, Duhalde).

¿Cuál es la ventaja de haber sido gobernador? En principio, estar al frente de un estado subnacional proporciona recursos materiales y simbólicos para arrancar una campaña, otorga visibilidad mediática, y también el imprescindible prestigio de «gestor» ante una opinión pública ávida de liderazgos ejecutivos. Muchos presidenciables fueron desestimados porque «no habían administrado ni un kiosko», una frase de la que no se vuelve entre nosotros.

No obstante, hay que recordar que todos estos valores y activos personales, que tanto ponderamos en nuestra cultura política, pesan lo que pesan porque no se cuenta con partidos fuertes en el sistema. Caso contrario, un dirigente político proveniente del Legislativo o de la función pública, pero con el apoyo de un gran partido nacional, tendría todas las credenciales para llegar a Presidente. No es lo que viene sucediendo entre nosotros.

Y más allá de la observación descriptiva, esta realidad merece una crítica. No es malo, en sí mismo, ser un país de gobernadores. Es indudable que desde la gestión de una unidad subnacional se acumula una experiencia muy valiosa para la presidencia, y que algo de cierto hay en el apotegma del kiosko. Pero si creemos que los partidos competitivos, representativos e institucionalizados son necesarios para la democracia, y si la razón por la que somos un país de gobernadores es nuestra debilidad partidaria, entonces no está bueno que para ser candidato presidencial exitoso se requiera del trampolín de una previa gobernación.

En ese sentido, la candidatura y posterior triunfo electoral de Cristina Fernández de Kirchner en 2007 y 2011 fue una buena noticia para el sistema. Muchos análisis y columnas dominicales la presentaron como un retroceso monarquista de la «república», porque ella sucedió a su propio esposo en el sillón presidencial. Pero no se detuvieron en el hecho de que, a diferencia de las anteriores candidaturas territoriales, CFK representaba a un partido, o a una corriente política. Fue, dos veces, la candidata del kirchnerismo.

¿Es posible, entonces, que las elecciones de 2015 vuelvan a producir candidatos representativos de los partidos y los programas, o volverá a pesar el ejercicio de la gobernación? En la interna del oficialismo, el que lidera todas las encuestas es el gobernador Daniel Scioli, que ha reforzado su «presidencialidad» desde el ejecutivo bonaerense y, desde ese ejercicio, desarrolla cierta autonomía del kirchnerismo. Otro con intenciones es el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, que también cultiva un perfil más independiente. Sin embargo, hay un conjunto de aspirantes que provienen del gabinete y que hacen de la gestión su fuente de legitimidad: Florencio Randazzo y Agustín Rossi son ministros, y Julián Domínguez se destacó como tal antes de ser diputado. Uribarri parecería ser la rara avis, ya que proviene de una gestión provincial pero con una retórica de identificación con la gestión presidencial.

En la oposición, muchos aspirantes están al frente de gobernaciones -Macri, De la Sota-, otros que son legisladores pero estuvieron al frente de ejecutivos -Cobos, Binner; podríamos incluir a Massa, si nos tomamos la licencia de considerar a los intendentes como «minigobernadores»-, y la novedad de los legisladores «nunca gobernadores» bien posicionados, como Sanz o Carrió.

Las PASO de 2015 se convertirán en una competencia entre candidatos gubernatoriales y no gubernatoriales. ¿Podrán los ministros en el oficialismo, y los legisladores en la oposición, ganarle la pulseada a los candidatos provenientes de una administración territorial? En América del Sur, el pasaje de ministro a presidente ha sido de lo más usual en los últimos tiempos. Todos los que fueron candidatos desde un oficialismo tuvieron esa trayectoria: Juan Manuel Santos y Michelle Bachelet llegaron a la presidencia desde el ministerio de Defensa, DilmaRousseff venía de ser ministra de Energía y Jefa de Gabinete, José Mujica de la cartera de Agricultura; hasta podríamos incluir en la lista a Rafael Correa, que había sido ministro de Economía. Los ministros del oficialismo que se lanzan a la carrera presidencial no deberían arrugar frente a los candidatos gubernatoriales: un oficialismo institucionalizado puede ser una plataforma ganadora.

Por Julio Burdman