Analytica

El fantasma de 1998.

Por Julio Burdman.

El domingo 28 de octubre Bolsonaro fue elegido en segunda vuelta con el 55% de los votos y se prepara para asumir como un presidente con pleno ejercicio del poder. «El MERCOSUR no es prioridad» dijo poco después -en una rueda de prensa- Paulo Guedes, quien aparentemente sería el futuro ministro de Hacienda de Jair Bolsonaro. Lo dijo provocativamente, tal como suele hacerlo la innovadora estética comunicacional del bolsonarismo. Tonos elevados, lenguaje directo y prepotencia para exponer posiciones políticas ante los periodistas. La era de la bronca. «Nosotros vamos a decir la verdad», agregó después de aclarar qué lugar ocupa el MERCOSUR en su cabeza.

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Otro dato que cayó mal en Argentina es que Onyx Lorenzoni, probable Jefe de la Casa Civil (similar a nuestro jefe de gabinete) de Bolsonaro a partir del 1ro. de enero anunció que los primeros destinos de visita del nuevo presidente serán Estados Unidos, Chile e Israel. En otra época los presidentes brasileños visitaban Buenos Aires antes que ningún otro lugar. En el diseño de las giras se exhibe la preferencia geopolítica de Bolsonaro y, por omisión, un relegamiento del país que más depende de Brasil de todo el planeta. Brasil opta por defender sus intereses «antes que todo». Veremos las cosas «país por país», dijo Guedes, anticipando una etapa de bilateralismo y prescindencia de lo regional.

Recientemente Bolsonaro dijo algo más sobre el MERCOSUR: que no quiere que sea un «bloque político». Habló también del «MERCOSUR ideológico» como un modelo a dejar atrás. El de la retórica regionalista, la aspiración a una ciudadanía común, la «solidaridad de los pueblos», el PARLASUR; todo eso le recuerda al PT y al kirchnerismo. Se rescata, por oposición, el modelo de la zona de libre comercio que se anunciaba en 1991.

Pero regresar a 1991 implica retrotraer el proceso a un estado de menor compromiso. Lo que Bolsonaro y su equipo dice ver como un lenguaje «politiquero» vacío e inconducente, desde otro punto de vista puede entenderse como lazos de confianza. «Política de la vinculación» se la llama habitualmente. La señal de alarma para la Argentina con estos gestos de relegamiento estratégico -excluir a Buenos Aires de sus primeras visitas internacionales y subestimar la importancia de nuestro principal instrumento de vinculación (el MERCOSUR)- es que está sugiriendo una política de la prescindencia.

Y esto es un riesgo alto. La política de la vinculación es el corazón del regionalismo y la integración. Probablemente, el fin último. Más importante aún que lograr la baja de aranceles para el comercio. Porque la vinculación y la confianza política son la base necesaria para que las políticas se coordinen.

Un Brasil que comienza a «hacer la suya», y a tomar decisiones fiscales, financieras, laborales, impositivas y regulatorias sin preocuparse por sus efectos regionales es una bomba de tiempo para la economía argentina. El fantasma es la devaluación del real de 1998, que colocó a la Argentina convertible en una crisis de competitividad que terminó en el colapso de nuestro modelo a fines de 2001. El gobierno de Menem se enteró de la devaluación brasileña de 1998 por los diarios. Desde entonces, aun cuando se trata de un riesgo siempre presente, la alianza brasileño-argentina ha tratado de evitar esos giros de timón.

Argentina es un país Brasil-dependiente y Brasil ha necesitado a la Argentina como co-equiper político de su diplomacia de consenso hacia la región. Brasil quería liderar por las buenas. Un Brasil nacionalista y unilateral, que no tiene interés en hacer políticas de buena vecindad en el barrio latinoamericano, es un Brasil que no nos necesita. Bolsonaro parece ser eso. Así como Trump es problemático para México y Canadá, Bolsonaro puede ser un problema para nosotros. No hay que alarmarse de más: es probable que Bolsonaro sea un perro que ladra y no muerde, y que las cosas sigan más o menos como hasta ahora. Pero no podemos ignorar que los primeros indicios son preocupantes: un Brasil que se aísla para defender sus intereses, sin ánimo en liderar la región desde el consenso, probablemente termine descoordinando políticas macroeconómicas y generándonos desequilibrios.