Analytica

REBELIÓN EN LA GRANJA

Desde la quiebra de los  acuerdos de Bretton Woods en 1971, el mundo se ha vuelto un sitio más volátil (o inseguro) financieramente.

El fin del  Nuevo Orden Económico Internacional que regía el intercambio comercial y financiero en el mundo desde 1944, ha obligado a los bancos centrales desarrollados, principalmente la Reserva Federal de los EE.UU. , a asumir un rol cada vez más preponderante.

Este papel protagónico, acrecentado a partir de 1991, hace que la política monetaria de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo, sea clave para la estabilidad y el crecimiento económico.

La semana pasada uno de los organismos claves en el funcionamiento del sistema financiero internacional, el BIS (Bank of International Settlements), pateo “académicamente” el tablero al publicar en su reporte anual, los problemas que las políticas acomodaticias omnipresentes en los EE.UU. y Europa puedan generar a futuro. En el documento el BIS nos advirtió sobre la presencia de una nueva burbuja financiera en el mercado de bonos (y porque no de acciones también, justo cuando el Dow Jones supera los 17.000 puntos).

La mención no es inocente y ha generado un gran revuelo. La economía americana transita sus mejores momentos desde la crisis de 2008 con record de empleo y los mercados de acciones alcanzan nuevos máximos, optimistas sobre el futuro de la principal economía del mundo.

La Reserva Federal primero y el ECB, luego, salieron a marcarle la cancha. Yanet Yellen dejo muy en claro en su discurso ante el FMI, que la inestabilidad financiera es la menor de sus las preocupaciones. Incluso fue más allá cuando, analizando la situación actual de los mercados, planteo la posibilidad de utilizar “macro-prudential tools” para evitar cualquier nueva catástrofe, antes que subir la tasa de interés. Mario Draghi, otro de los accionistas del BIS junto con la Reserva Federal, comentó que no concuerda con la visión planteada por el BIS acerca de que la política monetaria ha causado más mal que bien.

Otros accionistas como el Banco de Inglaterra o el de Suecia, también salieron a manifestarse contrarios a las advertencias del informe anual.

Es difícil entender la inmediatez e intensidad de las respuestas sólo por un documento de carácter académico sino existieran innumerables voces, especialmente entre políticos e inversores, acerca de la proximidad de un nuevo crash. De ahí, la velocidad con la que salieron a contestar los diversos bancos centrales.

En nuestra opinión, el anuncio de un inminente crash en el actual contexto nos parece improbable.

Los mercados de acciones están lejos de las valuaciones observadas en los meses previos al crash del Nasdaq en el 2000 o, más atrás en el tiempo, en 1929. Respecto de los bonos, cómo puede pensarse en una burbuja en el mercado de bonos americanos o europeos, cuando tanto EE.UU. o Europa emiten los títulos en su propia moneda?

El debate es interesante pero se basa en las mismas razones que llevaron a pensar que EE.UU. entraría en una espiral inflacionaria por la implementación de la QE (Quantitative Easing) en 2009 o que el Euro colapsaría. Está claro que los bancos centrales desarrollados seguirán sosteniendo la economía a través de tasas bajas para tratar de superar las últimas secuelas de la crisis de 2008. Las consecuencias de estas políticas, al ser novedosas tanto por la escala como por la duración en el tiempo, serán tema de debate en los próximos años. Pero es temerario (y oneroso) adoptar una postura alarmista cuando no hay condiciones objetivas para considerar que la económica global y los mercados estén al borde de un nuevo Armagedón.

El mundo cambió (aunque tal vez no sea tan diferente).