Analytica

Una falsa «Primavera Suramericana» que plantea serios desafíos para la Argentina

Por Julio Burdman

Una crisis en el régimen global

Conflicto institucional y golpe de estado en Bolivia, rebeliones anarquistas en Chile, bicefalía presidencial en Perú, manifestaciones masivas en Colombia y Ecuador, caos en Venezuela. Todo esto tiene lugar, no casualmente, justo cuando en Brasil -otrora el gran coordinador de la paz y la integración regional- gobierna un presidente extremista y aislacionista que promueve la inestabilidad.

América del Sur, como región, se encuentra en su peor momento desde la oleada democratizadora de los 80.Y esto no responde solo a una causalidad económica -de hecho, Chile, Bolivia y Perú tenían la mejor situación relativa- aunque la economía también influya. El problema es geopolítico y tienen consecuencias entre nosotros: se está desmoronando un orden regional. Una gran cantidad de países sufren el asedio de movimientos políticos que ponen en jaque a la constitución de los estados.

El problema es mundial. Hay manifestaciones violentas en América del Sur, pero también en Medio Oriente, Asia Pacífico y aún en Europa. Estamos asistiendo a los coletazos de una crisis generalizada de la legitimidad del sistema global.

Bandera mapuche

G1_502 (Blanco)

Todo esto comienza con el Brexit, la elección de Trump en Estados Unidos y de gobiernos nacionalistas de derecha en diversos países europeos. En nuestra región, la expresión de este fenómeno mundial es el triunfo de Bolsonaro en Brasil. ¿Por qué los electorados de países occidentales eligieron a gobiernos de estas características? Se han planteado diferentes explicaciones -temor a la globalización económica, rechazo del liberalismo cultural y renacimiento de los conservadurismos, crisis de la seguridad ciudadana, etc.- y es difícil ser muy categóricos al respecto. Pero hay una consecuencia inequívoca: estos nuevos liderazgos están minando la estabilidad global. Lo que la teoría de las relaciones internacionales denominó como «liderazgo hegemónico estadounidense» -el rol articulador de Estados Unidos en sistema global- está severamente herido.

Trump puso en cuestión el sistema comercial global, los tratados multilaterales y su andamiaje político desde 1945. «El futuro pertenece a los patriotas, no a los globalistas» dijo Trump en su discurso ante la ONU, dos meses atrás. En la última Asamblea General de la ONU, todos se llevaron la idea de que Trump iba a plantear una disolución del principal organismo internacional. Recordemos que todas las organizaciones internacionales que tienen que intervenir en nuestra vida económica y financiera -el FMI, Banco Mundial, OMC- funcionan en el marco de la ONU. Es el país que emergió triunfante de la Segunda Guerra Mundial el que está conspirando contra el orden que él mismo creó. El proyecto europeo enfrenta una crisis terminal, como advirtió Macron en el último número de The Economist– y el bolsonarismo lleva al regionalismo latinoamericano a su mayor crisis.

No es casual, entonces, que los actores que cuestionan al estado (indigenistas, micronacionalistas, etc.) emerjan. En Chile las manifestaciones están lideradas por grupos radicalizados que piden una nueva Constitución; las banderas mapuches dominan la Plaza Italia de Santiago, la capital. En Bolivia, tras la reforma constitucional indigenista de Evo Morales, un grupo antiindigenista toma el poder y en lugar de llamar a elecciones despliega un conjunto de medidas simbólicas para borrar todo rastro del gobierno derrocado. El rol de Estados Unidos y Brasil en Bolivia y Venezuela ha sido desestabilizador. Son, en buena medida, responsables de las crisis.

 La crisis global en Bolivia y su impacto en Argentina

En Bolivia hubo golpe de Estado. Y esto no lo vemos solo en la interrupción forzada del gobierno del presidente Morales, quien se vio presionado a renunciar por sus fuerzas armadas y de seguridad, sino también en las consecuencias. La oposición a Morales no está mostrando voluntad de convocar a elecciones transparentes y se dedica a hacer un antimasismo muy similar al antiperonismo de 1955.

La secuencia de los hechos fue golpista. Primero fue la policía, de influencia clave, que se amotinó y exigió su renuncia. Y luego vino la «sugerencia» militar. Ahora el ala antimasista que tomó el poder pide la exclusión de Morales, quien se exilió en México, en la nueva elección. ¿Hubo fraude previo, que condujo a esta situación? Nunca se denunció un fraude masivo y nadie duda de que Morales fue el más votado en la elección. Pudieron haber habido irregularidades decisivas para el triunfo de Morales en primera vuelta: evitar la segunda vuelta requería una diferencia de 10 puntos entre primero y segundo, y el Tribunal Electoral anunció que Morales ganó por 47,1% a 36,5% (o sea, por 10,6 puntos). Pero la Misión de Observación Electoral de la OEA, que realizó una auditoría sobre una muestra (pequeña) de actas y dijo que había muchas que debieron haber sido impugnadas, dedujo (sin hacer un escrutinio propio) que la diferencia pudo haber sido menor a 10 puntos y pidió una segunda vuelta. Otros estudios académicos son más cautos con la diferencia, y hablan de 9,8 puntos. Lo cierto es que luce difícil establecer qué pasó con precisión, y ahora ya no es posible porque se destruyeron documentos. La OEA se extralimitó en su rol de observadora, y acabó siendo un factor desestabilizador en un contexto de altísima polarización. Morales reconoció los cuestionamientos al ofrecer la repetición de la elección, pero ya era demasiado tarde.

Morales tuvo que ver con el clima político que profundizó el conflicto entre gobierno y oposición. Hizo maniobras controvertidas para lograr ser habilitado a una nueva reelección. En general, todo gobernante que quiere cambiar las reglas para lograr reelegirse inyecta tensión en el sistema. Asimismo, la misión de la OEA tuvo el apoyo diplomático de cuatro gobiernos que mostraron preferencia por la oposición a Morales: Estados Unidos, Brasil, Colombia y Argentina. Los tres primeros, sobre todo, están abiertamente enfrentados con los gobiernos anteriores de la región (PT, kirchnerismno, correísmo, etc). Apoyan a Morales el presidente de México Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo de Argentina Alberto Fernández, y dirigentes y partidos progresistas de la región (Lula Da Silva, Rafael Correa, Cristina Kirchner, etc). Se creó una nueva divisoria de aguas en la política regional; este último elemento es inédito.

La política exterior de Alberto Fernández queda condicionada por este contexto global. El presidente electo está interesado en llevar adelante una política exterior en tres dimensiones: a. alianza bilateral con Estados Unidos para asegurar el financiamiento, b. valores y posiciones progresistas en lo regional y c. pragmatismo comercialista hacia el resto del mundo (China incluida en este grupo). Por eso pone a un nombre conocido de los mercados en Hacienda y Finanzas (Nielsen) y a dos moderados en la relación con Washington (Argüello a la Embajada y Béliz en Asuntos Estratégicos), mientras que él mismo y Felipe Solá se encargan de las relaciones con los dirigentes progresistas de la región, que ya cuentan con un fuerte peso propio personal (y son respetados por el votante del Frente de Todos, como sucede con Lula, Mujica o el propio Morales). El caso Morales se ubica en el vértice de esta política multidimensional, ya que puso a Alberto Fernández en una posición crítica del presidente de los Estados Unidos.

Alberto Fernández está convencido de que él puede ocupar un lugar vacante en la región, que es el liderazgo del progresismo popular. Apuesta con ello a que en los años venideros los partidos progresistas ganarán elecciones en más países y que soledad quedará superada. Quiere, a su vez, representar una versión más moderada del progresismo popular, que excluya a los presidentes de Venezuela y Nicaragua del club (ser «la vía intermedia entre Maduro y Bolsonaro») y que nada de ello sea incompatible con ser buen amigo de Trump y lograr su apoyo dentro del FMI. Todo ese equilibrio puede salir bien, pero es al mismo tiempo un riesgo. Estados Unidos, observando la vulnerabilidad argentina y decidido como está a trasladar su política de «competencia estratégica» con China también al mapa sudamericano, puede demandar una posición más comprometida. El gobierno entrante aún no sabe cómo le irá con su estrategia internacional.