Analytica

La geopolítica define el perfil del gobierno de Alberto

Por Julio Burdman

En las últimas semanas el analista político recibe dos preguntas: cuál será la composición del gabinete y cómo será la relación entre el presidente electo y su poderosa vicepresidenta. Pero ambas preguntas giran alrededor de una cuestión más general, que es el perfil geopolítico del gobierno entrante. Algo que recién por estos días comienza, en parte, a develarse. El punto de partida de este perfil es qué tipo de relación van a tener la Argentina y los Estados Unidos. Y por los últimos acontecimientos todo indica que no será tan estrecha como la que rigió durante los años de Macri.

Los argentinos votaron a un presidente que se presenta como un progresista moderado, con posiciones internacionales comparables a las del Frente Amplio uruguayo o el primer gobierno de Lula Da Silva. Que se identifica con la prudencia valórica de López Obrador. Y que tiene un ala de centro o centroderecha dentro de su propia coalición, representada por Sergio Massa, Gustavo Béliz y varios gobernadores y dirigentes del Frente de Todos que creen que la política exterior argentina debe orbitar en torno a una alianza sólida con Estados Unidos. Diez años atrás este gobierno electo hubiera sintonizado muy bien con Barack Obama y la administración demócrata, y la presencia de Cristina y un kirchnerismo más soberanista no hubieran modificado eso. Diez años atrás, Washington solo anhelaba gobiernos con los que pudiera entenderse, dialogar y negociar. Pero ahora pide más. Moderado y todo, Alberto Fernández en 2020 desentona con un hemisferio americano corrido a la derecha dura como pocas veces antes. Trump en Washington, Bolsonaro en Brasilia y Duque en Bogotá son marcas de una época de conservadurismo extremo.

Y hay un contexto agravante. Durante la presidencia de Trump, Estados Unidos inclinó al directorio del FMI a darle a la Argentina el préstamo más importante de la historia del organismo. Trump se jugó. Pero Macri perdió y volvió Cristina. Trump no puede ni quiere quedar tan mal parado. Necesita que la Argentina, pese al cambio de color político, siga siendo un muy buen amigo de Washington. Eso incluye un amplio paquete de cosas que Washington exige a sus amigos: prudente distancia de los enemigos de Estados Unidos, alineamiento con sus políticas para la región, cooperación plena con las políticas de seguridad y defensa que tanto importan a la Casa Blanca (y a las agencias de seguridad doméstica y exterior del estado norteamericano, tan poderosas como la propia Casa Blanca y portadoras de una agenda propia y atemporal). Y, por supuesto, una línea telefónica abierta y permanente.

Desde el 28 de octubre hubo diferentes contactos entre representantes del gobierno electo (Solá, Massa, Argüello, miembros del equipo económico, el propio Alberto Fernández) y funcionarios y asesores de Washington. Y tal vez quedó en claro para ambas partes que la Argentina no iba a ser todo lo que Washington quería, y que Estados Unidos no podría ya garantizar la estabilidad financiera de una Argentina en las puertas del default. Por eso pasó todo lo que vimos recientemente: Alberto renunció públicamente a un nuevo desembolso del FMI y criticó (duramente) la posición de Estados Unidos en Bolivia, y Trump anunció hoy a través de su twitter que piensa disciplinar a Argentina (y a un Brasil tal vez demasiado cercano a China) a través de la muy trumpista herramienta de los aranceles externos.

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Esta definición geopolítica de la Argentina, que comienza en su política de financiamiento externo y luego se traslada a un amplio paquete de políticas, también incide en el perfil del gabinete. En la búsqueda de datos biográficos de los ministeriables pareciéramos querer encontrar información sobre cuán cerca o lejos estaremos de Trump. Lo cual no necesariamente es así, ya que las medidas no dependen solo de las personas circunstancialmente a cargo (el cepo cambiario no era algo que estuviese en la cabeza de Macri o su equipo económico, y sin embargo sucedió). En los medios se presume que Nielsen en Finanzas representaría una orientación más amigable a los acreedores, Guzmán una negociación más dura, y los economistas más cercanos a Alberto una posición intermedia entre ambos. Lo cual, repetimos, en la gestión de la macro no tiene por qué ser finalmente así.

Pero en las áreas no económicas del primer gabinete del gobierno nuevo la selección de determinadas personas sí tiene más que ver con la orientación de determinadas políticas (en el marco de las alianzas geopolíticas). Por eso es un dato importante saber qué hará Alberto con la política de seguridad. Para Estados Unidos, es muy importante que sus aliados en Sudamérica cooperen con una de sus principales preocupaciones aquí, que es la lucha abierta contra el narcotráfico. No es lo mismo poner un titular de cartera partidario del trabajo codo a codo con la DEA, la poderosísima agencia estadounidense que lleva adelante la denominada «guerra contra las drogas», que designar a una persona que considere necesario apartarse de ese vínculo (y proponga, en cambio, un control de las fuerzas para evitar la «cooperación natural» que suele darse entre los integrantes de nuestras policías con sus colegas estadounidenses). En estos días pasó algo significativo: tras semanas de fuertes rumores mediáticos de que el ministro de Seguridad sería Diego Gorgal, un asesor de Sergio Massa que pertenece al perfil de partidarios del trabajo con la DEA, el propio Alberto Fernández salió a desmentirlo.

Todo indica, por lo tanto, que se va a consolidar un perfil de gobierno más autónomo respecto de los Estados Unidos en su fase inicial. Eso va a tener consecuencias en una batería de políticas y será una de las variables que terminarán de definir la composición del equipo. Vamos hacia un modelo más autónomo y progresista en un conjunto de políticas, lo cual nos va a colocar a cierta distancia de Trump y Bolsonaro, y también  lejos de Maduro y Ortega. El gobierno argentino va a tener pocos amigos en la región, y ello seguramente se verá reflejado en las fotos de la asunción de mando del 10 diciembre próximo.

China, en este marco, seguramente será una pieza clave en las definiciones geopolíticas de la Argentina. La próxima designación de un embajador argentino en Beijing que tendrá la intención explícita de profundizar la alianza con China (a diferencia del embajador que designó Macri) es una señal relevante. China puede ayudar a la Argentina a fondear sus reservas sin toda la compleja matriz de demandas (geo) políticas de Trump. Sin embargo, también es cierto que los chinos pueden haber mirado de reojo todos los movimientos de Argentina durante estas semanas de indefinición. Así como Trump no quiso quedar mal parado tras haber invertido tantos dólares en la Argentina de Macri, los chinos también temen jugarse demasiado en un Cono Sur que podría volver a Washington en cualquier momento. Como vemos, la gestión de la política exterior nunca es una materia sencilla y menos aún en estos tiempos de guerra fría sino-estadounidense que llegó hasta nosotros.