Analytica

BRASIL NO ES CANDIDATO

La semana pasada Argentina y Brasil firmaron un nuevo acuerdo para el sector automotriz que fija un flex de 1,5 simétrico. Por cada dólar que exporten podrán importar 1,5. Para Argentina implica una mejora, actualmente por cada dólar que exporta a Brasil, compra 1,9: esta relación determinó un déficit creciente para nuestro país en la balanza bilateral. Más allá de los resultados de esta medida en el corto plazo, lo que hay que tener en cuenta es que Brasil dejó de ser la locomotora de la región y muestra un crecimiento muy pobre, que difícilmente logre revertirse en los próximos años.

Como comentamos en abril del año pasado (“En Brasil vuelve el frío”, Analytico #215), en los últimos 10 años, la economía brasileña tuvo un crecimiento menor al de la región. El promedio anual fue de 3,5%, mientras que el resto de Latinoamérica lo hizo al 5%. El premio consuelo es que al menos superó (con creces) la performance de las décadas del ’80 y del ’90 -1,6% y 2,5% anual respectivamente- y que lo hizo sin presiones inflacionarias (el período de mayor crecimiento fue en los 60 y 70´s, 7,5% anual, aunque con inflación muy alta).

El aumento en el producto brasilero no ha sido homogéneo desde los 2000s, mostrando significativas diferencias entre las dos presidencias de Lula y la de Dilma Rousseff. Veamos.

Desde Fernando Henrique Cardoso hasta los dos períodos del gobierno de Lula, Brasil parecía haber encontrado la llave para acelerar su crecimiento sin la amenaza de la inflación. Entre 1995 y 2002, creció 2,3% anual, con inflación levemente por encima del 9%. Entre 2003 y 2010, con el auge de los precios de los commodities, aceleró el crecimiento al 4,1% anual, mientras redujo la inflación a la mitad. Ni siquiera la crisis financiera de 2008 quitó el optimismo: el PIB se recuperó rápidamente de una modesta caída de apenas 0,3% en 2009; en 2010 no sólo recuperó el terreno perdido, sino que aceleró hasta 7,6%.

Además de crecer por encima de su media histórica, logró mantener superávit comercial y de cuenta corriente que, sumado al fuerte ingreso de capitales (tanto por inversión directa como por inversiones de cartera), le permitió acumular reservas internacionales (pasaron de USD 37.000 M a USD 288.000 M).

La buena performance económica le dio la chance de un tercer mandato al Partido de los Trabajadores (PT) bajo las órdenes de Dilma Roussef en 2011. Parecía que el gigante se había despertado y llamaba la atención de todo el mundo, coronándolo con la elección como sede del Mundial de fútbol que acaba de empezar y de las Olimpiadas de 2016. El consenso de analistas proyectaba un crecimiento promedio del 5% para los años venideros.

Pero algo falló. En lo que va del mandato de Dilma, la economía creció en promedio 1.9% y la inflación subió a 6% i.a. Si bien la desocupación bajó a niveles mínimos históricos (perforó el 5%), se detuvo la creación de puestos de trabajo y el salario cae en términos reales. Los pronósticos hasta 2015 no son mejores, se estima un alza del PBI de apenas 1,4% para este año y 1,8% para el próximo.

¿Por qué crece menos Brasil? Claramente lo que frenó el crecimiento brasileño fue la inversión. Tras lograr una expansión promedio del 7,6% durante la etapa de Lula, incluso logrando picos de expansión del 22% en 2010, en lo que va de la presidencia de Dilma se derrumbó a + 0.5% i.a.,  perdiendo 3 p.p. de participación en el PIB a partir 2010. Desde el punto de vista de la oferta, fue la industria la que se estancó.

La causa detrás de la pobre performance de la actividad es el fuerte proceso de apreciación del tipo de cambio. Que a su vez es consecuencia de las altas tasas de interés que tiene Brasil, que lo vuelven un destino muy atractivo para los capitales extranjeros. El masivo ingreso de divisas desde el exterior presiona a la apreciación del real. Así las cosas, el doble efecto de tasas de interés altas con un tipo de cambio apreciado frena el crecimiento y a su vez desacelera la inflación.

Además, se suma que  Brasil no logra resolver algunos de sus problemas estructurales. La provisión de energía es precaria, los puertos están desbordados y no hubo grandes avances en obras de infraestructura de envergadura. De hecho, sólo destina a la inversión en infraestructura el 1,5% del PBI, muy por debajo del 3,8% a nivel global.

Sin el shock de los precios de las materias primas, el atraso cambiario pega cada vez más en las cuentas externas. El saldo comercial, que en 2006 fue superávitario en más del 5% del PBI, ahora es neutral. A ello se sumó el fuerte incremento en el déficit de la cuenta de servicios (el pago de rentas de la inversión se mantuvo estable). Con esta performance, el déficit en cuenta corriente prácticamente se triplicó (pasó de USD 28.000 M en 2008 -1,7% del PBI- a USD 81.000 M -3.6% del PBI- en 2013). Como si esto fuera poco, los flujos de inversiones vienen cayendo (en 2011 la cuenta financiera fue favorable en USD 111.000 M mientras el año pasado se redujo a USD 75.000 M). La buena noticia es que la inversión directa se mantiene estable en torno a los USD 40.000 M por año, siendo la inversión de corto plazo la que más cae. En consecuencia, las reservas internacionales ya no suben.

Al igual que Argentina, Brasil tiene una limitación fiscal para hacer política contra cíclica. A pesar de la mejora en la recaudación, el gobierno sigue deteriorando el resultado fiscal. En 2008 el superávit primario era del 3,3% del PBI mientras que el resultado fiscal consolidado marcaba un déficit de 2,8% del PBI. Actualmente el superávit primario cayó a la mitad y el déficit fiscal subió a 3,3% del PBI.

Así pues, en un momento en que Argentina necesita aumentar la oferta de divisas, no podemos esperar grandes cambios en la demanda del lado brasileño, como sí ocurrió en 2010. Brasil perdió brillo y no hay muchas chances para que despegue. En un contexto de estancamiento de la producción industrial y de la creación de empleos, aumentan las chances que el gobierno entrante impulse un ajuste del tipo de cambio para reactivar la economía. Sin dudas, y a la luz de la experiencia de 1999, conviene seguir muy de cerca las decisiones de política económica que adopte Brasil para que no complique la transición a 2015.

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